sábado, 18 de septiembre de 2010

Amor, paisaje (II)

… la luz de la Luna veía cómo se mostraban el amor que habían guardado durante tanto tiempo. Empezaron las leves caricias que les seguían los besos y abrazos y continuaban con el placer que ambos notaban. La arena acariciaba la espalda de Jake mientras veía a la chica más perfecta del mundo encima de él, entregando por completo su cuerpo y su alma a la única persona que la hizo feliz. Y ese no fue más que el comienzo...

Así pasaron esa noche y el resto de sus noches, navegando por el mar de sus sueños y contemplando la Luna que cada noche les acogía en sus brazos, amándose como nadie lo hizo en frente del paisaje de la naturaleza. Por fin Catherine logró ser feliz de una vez por todas al lado del hombre más feliz del mundo, pero la felicidad no dura eternamente.

Uno de aquellos días en los que la tormenta se lleva todo y la lluvia ciega, Catherine cayó enferma. Ojalá se pudieran evitar las enfermedades que la medicina no puede curar. 

Cada día, cada minuto, cada segundo que Catherine seguía enferma, Jake se ponía aún más nervioso. No podía contemplar la imagen de su fiel amada dejándose llevar por la enfermedad que tanto la hacía sufrir. Llamaron a médicos, la llevaron a hospitales, pero seguía con aquella desdicha que no la hacía vivir.

Después de varios meses de tratamiento, parecía que la paciente ya se iba curando un poco. Durante varios días se notó una gran mejoría. Hasta que finalmente logró salir de tal desembocadura que tal vez hubiera acabado peor.

No todas las historias de amor tienen que acabar mal, ¿no?
Y ahora os pregunto: ¿qué entendéis vosotros/as por amor? ¿Es tan bonito como los cuentos de hadas plantean?

Perdonadme por haber tardado tanto en publicar una nueva entrada, y gracias a todos/as por leerme :).

viernes, 10 de septiembre de 2010

Amor, paisaje

Hace desde hoy varios años, vivía una mujer de rostro pálido y sereno, de ojos tan grandes y bonitos como el mar, de cuerpo perfecto, de cabellos castaños con rulos, de carácter blando y de corazón humilde. Pero estaba desolada, nadie consiguió enamorarse de ella, sólo romperle su endeble corazón. Así que ella, Catherine, se hartó y se fue a vivir fuera de la ciudad, detrás de los bosques, al lado del mar. Allí podría encontrar la paz y la tranquilidad que su mente joven necesita.

Cada amanecer, Catherine se iba a caminar por la orilla de la playa, oyendo las olas que se le acercaban a ella con entusiasmo y el ruido de las gaviotas que pasaban por allí. Eso se conviertió en su rutina y en su única razón para vivir. El sonido del mar, el paisaje de enmedio de aquellas montañas lejanas que se veían al final de la playa, las hojas de los árboles acercándose con acecho, nadie podía contemplar eso, sólo ella.

Así se pasó varios años, desaparecida de la ciudad que la crió y vio crecer. 

En uno de aquellos amaneceres, mientras que Catherine hacía su ruta diaria por la playa vio a un hombre tumbado a escasos metros de ella. Inmediatamente Catherine le ayudó, ya que, al parecer, se ahogó en el mar. Catherine pudo ayudarle y salvarle la vida.

-Muchas gracias, bella dama. De verdad, me ha salvado la vida.

-No hay de qué, por supuesto no le iba a dejar tirado-dijo Catherine con una leve pero brillante sonrisa.

Ese misterioso hombre le explicó todo lo que le pasó y por qué se ahogó. Después, Catherine le invitó a tomar algo en su casa, ya que no había comido desde hacía horas por el naufragio que tuvo con su barco. Él piensa que no sobrevivió nadie.

Después de largas y tiernas horas de charla sobre la vida de cada uno, era hora de que el misterioso hombre ahora conocido por el nombre de Jake se tuviera que ir. ¿Pero dónde iría si todas sus cosas se hunideron en el fondo del mar? Así que Catherine le ofreció alojamiento por un tiempo hasta que se recuperara del todo.

Pasaron varias semanas. Catherine y Jake se hicieron muy buenos amigos, pero cada vez que Jake veía los ojos tan brillantes y a la vez tan apagados de Catherine, su cuerpo, su fina tez o su tierno carácter no podía aguntar las ganas de tenerla por siempre entre sus brazos, sin hacerla sufrir, sólo acompañarla toda la vida... Y Catherine quería lo mismo, estaba muy enamorada de él.

En una de esas noches de luna llena, Catherine y Jake decidieron volvera a pasear en la orilla del mar, bajo esa luna que cautivaba a cualquiera, ellos dos solos... Jake vio que los ojos de Catherine brillaban aún más bajo la luz de la luna, su cara era todavía más fina, su cuerpo era más delicado... era la perfección ahora más perfecta. Se dejaron llevar por la luz de la luna, que resplandecía sobre la superficie del mar...

Detrás del escenario


Ahí estaba ella, bailando enmedio de aquel escenario que tantos recuerdos le trajo a Raúl. Ella se puso, como cada sábado, su vestido rojo de tirantes que le tapaba hasta las rodillas. Y él, como cada sábado, compró una rosa roja.

Pero ese sábado era diferente. Sabía que ese era el día, aquel día en que por fin podría acercarse a ella y expresarle sus sentimientos sin miedo a nada. Así que después del baile, Raúl se fue detrás del escenario para hablar con ella, pero ya se iba. "¡No, esta vez no puedo fallar!", se dijo a sí mismo con mucho entusiasmo. La siguió hasta la puerta trasera de aquel bar, en donde la codió suavemente del brazo y le contó todo lo que sentía por ella.

De repente, el coche de en frente pitó para llamar a la chica. "Lo siento, debo irme", dijo ella con prisas. Raúl vio que la persona que pitó era un hombre, el hombre más afortunado del mundo al tener a esa chica en sus brazos.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Recuerdos de la infancia


¿Te acuerdas cómo me conociste? Tú tenías once años, y yo diez. Recuerdo que al poco tiempo de conocernos te enamoraste de mí, apenas siendo un niño. Pero yo todavía no entendía ese sentimiento.

Pasaron dos años, y me seguías amando. Pero resulta que cuando te empecé a amar fue cuando tú dejaste de hacerlo. ¿Por qué será?¿Porque el destino quiso castigarme, porque así es la vida...?

Ya han pasado diez años de eso, y te sigo amando como el primer día en que pude reconocer ese sentimiento, en aquel entonces extraño para mí. Puedo esperarte, sé esperarte, ya que si te he estado esperando durante diez años, podré esperarte toda la vida, ¿no?

sábado, 4 de septiembre de 2010

Será eso

Llega la noche, nos volvemos a encontrar. Me sigues buscando para buscar el sexo que necesitas tanto de la chica que amas, que desafortunadamente no soy yo. Soy tu instrumento, para que te desahogues y pases tus penas y te olvides de la chica que te roba la mente. Pero a pesar de eso me sueltas algún "te quiero". ¿Será que ya me confundes con ella? Será eso. 

Después de haberte desahogado conmigo me cantas, me abrazas o me sigues mimando. Y dime, ¿por qué lo haces?¿por qué me quieres enamorar de nuevo? Será porque quieres practicar para cuando ella se lance finalmente a tu cuerpo y alma y así no hagas tanto el ridículo. Será eso.

A la mañana siguiente nos volvemos a encontrar. Me sigues diciendo cosas muy bonitas y yo me vuelvo a sonrojar. Seguimos hablando hasta que me despido de ti porque ya no sé qué decirte. Y vuelve a llegar la noche, aquella en la que cada vez que me dices que me amas a la vez me estás dando una puñalada en la espalda. ¿Tanto me odias?¿Qué te he hecho para que me digas cosas tan bonitas sabiendo que quieres estar con la otra? Será porque te lo permito, te permito que me digas esas cosas tan bonitas que me llenan y a la vez me provocan un vacío que ya conozco del pasado. Será eso.

Siempre te estaré esperando porque te quiero, te quiero.