sábado, 2 de octubre de 2010

Amándote desde lejos

Verano del 96. Todavía puedo recordar cómo era todo aquello, todo lo que pasó…

Eran las seis de la tarde. Llevaba todo el día de mudanzas. Me compré una casa cerca de la playa, fuera de la ciudad. No tenía muchos vecinos, cosa que me resultaba bastante relajante. Y lo más relajante era que podía dar mis paseos diarios en la playa, mirando el mar, oyendo los sonidos de las pequeñas y verdes olas, pensando en todo y en nada. Después de un día tan agotador, lo primero que quise hacer fue pasear por la playa. Salí de mi casa, y a pocos pasos me encontré con el mar, tan limpio y relajado. El viento silencioso y débil me acompañaba. Paseé durante un rato, hasta llegar a un lugar de la playa que me encantó desde que le vi: en el fondo del mar se podía ver la península, aquel lugar que tanto me llena de recuerdos y sueños desvanecidos. En ese punto, mientas miraba ese trozo de península al fondo del mar, podía pensar y reflexionar. En cierto modo me sentía culpable por abandonar todo aquello, aunque en el fondo sabía que la culpa no era del todo mía, aunque tal vez en parte por haber permitido que sucediera…

Aunque no leas esto, quiero que sepas que te echo mucho de menos. Añoro tus abrazos, tus caricias, tus besos, el amor que nos tenemos mutuamente. Pero supongo que ya te habrás enterado de lo que me pasa. No quiero que me busques, estoy bien. Ahora lo que puedo hacer es relajarme viendo la península en donde tú sigues.

Cuando tú y yo nos conocimos, yo sentí de primera vista que me sentía atraída por ti. Pero no sólo por el físico, sino por algo más que no supe explicar en ese momento. Ahora sé lo que era. Como todas las parejas en aquel momento, recuerdo que me pediste que quedáramos solos para conversar y conocernos mejor a cada uno. A la noche siguiente, quedamos en un restaurante reservado. Estuvimos hablando sin parar, ¡menudos éramos! Después dimos una vuelta, hasta que me llevaste a mi casa, pero no pasó nada más. Dos días después quedamos en el mismo parque en donde habíamos dado nuestro primer paseo los dos juntos. Allí me dijiste que si quería que fuera tu novia. Yo, por supuesto, acepté. Aquella misma noche, en tu piso, hicimos lo que no debíamos de haber hecho… pero en fin, lo hecho, hecho está, y no creas que me arrepienta. Para nada…

Pero es lo que suele suceder a esas edades. Crees que te enamoras de un chico cuando sólo quieres hacerlo con él o salir durante un tiempo, aunque sólo te atraiga físicamente. Y nuestro error fue consumir nuestro amor aquella misma noche.

Al día siguiente, volvimos a quedar en el mismo sitio. Allí me dijiste que te marchabas, que no volverías a ese pueblo, al pueblo que nos unió. Debías irte porque tus padres encontraron un buen trabajo en la ciudad. No pasaba nada, nos podíamos ver todos los fines de semana. Pero eso no era lo que querías, no, para nada.

Y todavía te sigo queriendo. Fuiste mi primer amor, mi primera vez. Lo fuiste todo para mí aunque solamente fueran por unos días, fueron días maravillosos. Me enamoré de ti en cuanto te vi.

Ahora estoy aquí, sola, aislada de toda la gente por pura voluntad, en esta pequeña isla, a unos metros de la playa. No te he vuelto a ver, no he vuelto a saber de ti. Qué tonta fui…

He leído tu carta pidiéndome disculpas. Cartas como esa me has mandado millones de veces. No he querido contestarte ninguna, simplemente porque no quiero saber de ti. No me busques. Quiero morir en silencio.