martes, 16 de noviembre de 2010

¿Algo más?

Pensé que mi vida estaba más o menos bien por motivos poco aparentes, pero ya veo que no. Antes me resignaba a tener una relación con otra persona, ya que con la última lo pasé realmente mal, tanto que me ha hecho pensar que hasta dentro de unos años no quiero volver a sentir esos nervios cuando aquella persona venía a hacerme una visita o le iba a ver para hacer un trabajo o lo que fuera.

Pensé que por alguna parte sí que se puede controlar en los sentimientos, a pesar de que los demás digan. Me resigné a amar como había amado antes, sin sentido y locamente, con tanto esfuerzo que le dediqué a esa relación... ¿Y para qué? Para que ese chico me estuviera mintiendo durante tres meses. Y yo, tan ilusionada. Pero nada, no se atrevía a decirme que no me quería más, después de tantos años juntos. Fue, de entre todas las maldades que me han hecho, la peor de todas. Así es la vida, ¿no? Te conformas con lo que te dan.

Pensé que resignándome a ese sentimiento que actualmente tanto añoro solucionaría casi todos mis problemas. Mentira. Ahora me he dado cuenta de que no puedo vivir sin amor. Quiero ser importante para alguien. Quiero tener un motivo por el que sonreír cada mañana, aunque él no esté a mi lado. Quiero tener entre mis brazos a ese desconocido imaginario que sólo existe en mi mente y en mis nervios. Tal vez estos sentimientos como el amor sólo sean imaginativos.

sábado, 2 de octubre de 2010

Amándote desde lejos

Verano del 96. Todavía puedo recordar cómo era todo aquello, todo lo que pasó…

Eran las seis de la tarde. Llevaba todo el día de mudanzas. Me compré una casa cerca de la playa, fuera de la ciudad. No tenía muchos vecinos, cosa que me resultaba bastante relajante. Y lo más relajante era que podía dar mis paseos diarios en la playa, mirando el mar, oyendo los sonidos de las pequeñas y verdes olas, pensando en todo y en nada. Después de un día tan agotador, lo primero que quise hacer fue pasear por la playa. Salí de mi casa, y a pocos pasos me encontré con el mar, tan limpio y relajado. El viento silencioso y débil me acompañaba. Paseé durante un rato, hasta llegar a un lugar de la playa que me encantó desde que le vi: en el fondo del mar se podía ver la península, aquel lugar que tanto me llena de recuerdos y sueños desvanecidos. En ese punto, mientas miraba ese trozo de península al fondo del mar, podía pensar y reflexionar. En cierto modo me sentía culpable por abandonar todo aquello, aunque en el fondo sabía que la culpa no era del todo mía, aunque tal vez en parte por haber permitido que sucediera…

Aunque no leas esto, quiero que sepas que te echo mucho de menos. Añoro tus abrazos, tus caricias, tus besos, el amor que nos tenemos mutuamente. Pero supongo que ya te habrás enterado de lo que me pasa. No quiero que me busques, estoy bien. Ahora lo que puedo hacer es relajarme viendo la península en donde tú sigues.

Cuando tú y yo nos conocimos, yo sentí de primera vista que me sentía atraída por ti. Pero no sólo por el físico, sino por algo más que no supe explicar en ese momento. Ahora sé lo que era. Como todas las parejas en aquel momento, recuerdo que me pediste que quedáramos solos para conversar y conocernos mejor a cada uno. A la noche siguiente, quedamos en un restaurante reservado. Estuvimos hablando sin parar, ¡menudos éramos! Después dimos una vuelta, hasta que me llevaste a mi casa, pero no pasó nada más. Dos días después quedamos en el mismo parque en donde habíamos dado nuestro primer paseo los dos juntos. Allí me dijiste que si quería que fuera tu novia. Yo, por supuesto, acepté. Aquella misma noche, en tu piso, hicimos lo que no debíamos de haber hecho… pero en fin, lo hecho, hecho está, y no creas que me arrepienta. Para nada…

Pero es lo que suele suceder a esas edades. Crees que te enamoras de un chico cuando sólo quieres hacerlo con él o salir durante un tiempo, aunque sólo te atraiga físicamente. Y nuestro error fue consumir nuestro amor aquella misma noche.

Al día siguiente, volvimos a quedar en el mismo sitio. Allí me dijiste que te marchabas, que no volverías a ese pueblo, al pueblo que nos unió. Debías irte porque tus padres encontraron un buen trabajo en la ciudad. No pasaba nada, nos podíamos ver todos los fines de semana. Pero eso no era lo que querías, no, para nada.

Y todavía te sigo queriendo. Fuiste mi primer amor, mi primera vez. Lo fuiste todo para mí aunque solamente fueran por unos días, fueron días maravillosos. Me enamoré de ti en cuanto te vi.

Ahora estoy aquí, sola, aislada de toda la gente por pura voluntad, en esta pequeña isla, a unos metros de la playa. No te he vuelto a ver, no he vuelto a saber de ti. Qué tonta fui…

He leído tu carta pidiéndome disculpas. Cartas como esa me has mandado millones de veces. No he querido contestarte ninguna, simplemente porque no quiero saber de ti. No me busques. Quiero morir en silencio.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Amor, paisaje (II)

… la luz de la Luna veía cómo se mostraban el amor que habían guardado durante tanto tiempo. Empezaron las leves caricias que les seguían los besos y abrazos y continuaban con el placer que ambos notaban. La arena acariciaba la espalda de Jake mientras veía a la chica más perfecta del mundo encima de él, entregando por completo su cuerpo y su alma a la única persona que la hizo feliz. Y ese no fue más que el comienzo...

Así pasaron esa noche y el resto de sus noches, navegando por el mar de sus sueños y contemplando la Luna que cada noche les acogía en sus brazos, amándose como nadie lo hizo en frente del paisaje de la naturaleza. Por fin Catherine logró ser feliz de una vez por todas al lado del hombre más feliz del mundo, pero la felicidad no dura eternamente.

Uno de aquellos días en los que la tormenta se lleva todo y la lluvia ciega, Catherine cayó enferma. Ojalá se pudieran evitar las enfermedades que la medicina no puede curar. 

Cada día, cada minuto, cada segundo que Catherine seguía enferma, Jake se ponía aún más nervioso. No podía contemplar la imagen de su fiel amada dejándose llevar por la enfermedad que tanto la hacía sufrir. Llamaron a médicos, la llevaron a hospitales, pero seguía con aquella desdicha que no la hacía vivir.

Después de varios meses de tratamiento, parecía que la paciente ya se iba curando un poco. Durante varios días se notó una gran mejoría. Hasta que finalmente logró salir de tal desembocadura que tal vez hubiera acabado peor.

No todas las historias de amor tienen que acabar mal, ¿no?
Y ahora os pregunto: ¿qué entendéis vosotros/as por amor? ¿Es tan bonito como los cuentos de hadas plantean?

Perdonadme por haber tardado tanto en publicar una nueva entrada, y gracias a todos/as por leerme :).

viernes, 10 de septiembre de 2010

Amor, paisaje

Hace desde hoy varios años, vivía una mujer de rostro pálido y sereno, de ojos tan grandes y bonitos como el mar, de cuerpo perfecto, de cabellos castaños con rulos, de carácter blando y de corazón humilde. Pero estaba desolada, nadie consiguió enamorarse de ella, sólo romperle su endeble corazón. Así que ella, Catherine, se hartó y se fue a vivir fuera de la ciudad, detrás de los bosques, al lado del mar. Allí podría encontrar la paz y la tranquilidad que su mente joven necesita.

Cada amanecer, Catherine se iba a caminar por la orilla de la playa, oyendo las olas que se le acercaban a ella con entusiasmo y el ruido de las gaviotas que pasaban por allí. Eso se conviertió en su rutina y en su única razón para vivir. El sonido del mar, el paisaje de enmedio de aquellas montañas lejanas que se veían al final de la playa, las hojas de los árboles acercándose con acecho, nadie podía contemplar eso, sólo ella.

Así se pasó varios años, desaparecida de la ciudad que la crió y vio crecer. 

En uno de aquellos amaneceres, mientras que Catherine hacía su ruta diaria por la playa vio a un hombre tumbado a escasos metros de ella. Inmediatamente Catherine le ayudó, ya que, al parecer, se ahogó en el mar. Catherine pudo ayudarle y salvarle la vida.

-Muchas gracias, bella dama. De verdad, me ha salvado la vida.

-No hay de qué, por supuesto no le iba a dejar tirado-dijo Catherine con una leve pero brillante sonrisa.

Ese misterioso hombre le explicó todo lo que le pasó y por qué se ahogó. Después, Catherine le invitó a tomar algo en su casa, ya que no había comido desde hacía horas por el naufragio que tuvo con su barco. Él piensa que no sobrevivió nadie.

Después de largas y tiernas horas de charla sobre la vida de cada uno, era hora de que el misterioso hombre ahora conocido por el nombre de Jake se tuviera que ir. ¿Pero dónde iría si todas sus cosas se hunideron en el fondo del mar? Así que Catherine le ofreció alojamiento por un tiempo hasta que se recuperara del todo.

Pasaron varias semanas. Catherine y Jake se hicieron muy buenos amigos, pero cada vez que Jake veía los ojos tan brillantes y a la vez tan apagados de Catherine, su cuerpo, su fina tez o su tierno carácter no podía aguntar las ganas de tenerla por siempre entre sus brazos, sin hacerla sufrir, sólo acompañarla toda la vida... Y Catherine quería lo mismo, estaba muy enamorada de él.

En una de esas noches de luna llena, Catherine y Jake decidieron volvera a pasear en la orilla del mar, bajo esa luna que cautivaba a cualquiera, ellos dos solos... Jake vio que los ojos de Catherine brillaban aún más bajo la luz de la luna, su cara era todavía más fina, su cuerpo era más delicado... era la perfección ahora más perfecta. Se dejaron llevar por la luz de la luna, que resplandecía sobre la superficie del mar...

Detrás del escenario


Ahí estaba ella, bailando enmedio de aquel escenario que tantos recuerdos le trajo a Raúl. Ella se puso, como cada sábado, su vestido rojo de tirantes que le tapaba hasta las rodillas. Y él, como cada sábado, compró una rosa roja.

Pero ese sábado era diferente. Sabía que ese era el día, aquel día en que por fin podría acercarse a ella y expresarle sus sentimientos sin miedo a nada. Así que después del baile, Raúl se fue detrás del escenario para hablar con ella, pero ya se iba. "¡No, esta vez no puedo fallar!", se dijo a sí mismo con mucho entusiasmo. La siguió hasta la puerta trasera de aquel bar, en donde la codió suavemente del brazo y le contó todo lo que sentía por ella.

De repente, el coche de en frente pitó para llamar a la chica. "Lo siento, debo irme", dijo ella con prisas. Raúl vio que la persona que pitó era un hombre, el hombre más afortunado del mundo al tener a esa chica en sus brazos.